Los enamorados probaron uno por uno
los cuartos abandonados y terminaron improvisando un nido para sus amores
furtivos en las profundidades del sótano. Hacía varios años que Alba no entraba
allí y llegó a olvidar su existencia, pero en el momento en que abrió la puerta
y respiró el inconfundible olor, volvió a sentir la mágica atracción de antes.
Usaron los trastos, los cajones, la edición del libro del tío Nicolás, los
muebles y los cortinajes de otros tiempos para acomodar una sorprendente cámara
nupcial. Al centro improvisaron una cama con varios colchones, que cubrieron
con unos pedazos de terciopelo apolillado.
De los baúles extrajeron incontables
tesoros. Hicieron sábanas con viejas cortinas de damasco color topacio,
descosieron el suntuoso vestido de encaje de Chantilly que usó Clara el día en
que murió Barrabás, para hacer un mosquitero color del tiempo, que los
preservara de las arañas que se descolgaban bordando desde el techo. Se
alumbraban con velas y hacían caso omiso de los pequeños roedores, del frío y
de ese tufillo de ultratumba. En el crepúsculo eterno del sótano, andaban
desnudos, desafiando a la humedad y a las corrientes de aire. Bebían vino
blanco en copas de cristal que Alba sustrajo del comedor y hacían un minucioso
inventario de sus cuerpos y de las múltiples posibilidades del placer. Jugaban
como niños. A ella le costaba reconocer en ese joven enamorado y dulce que reía
y retozaba en una inacabable bacanal, al revolucionario ávido de justicia que
aprendía, en secreto, el uso de las armas de fuego y las estrategias
revolucionarias. Alba inventaba irresistibles trucos de seducción y Miguel
creaba nuevas y maravillosas formas de amarla. Estaban deslumbrados por la
fuerza de su pasión, que era como un embrujo de sed insaciable. No alcanzaban
las horas ni las palabras para decirse los más íntimos pensamientos y los más
remotos recuerdos, en un ambicioso intento de poseerse mutuamente hasta la
última estancia. Alba descuidó el violoncelo, excepto para tocarlo desnuda
sobre el lecho de topacio, y asistía a sus clases en la universidad con un aire
alucinado. Miguel también postergó su tesis y sus reuniones políticas, porque
necesitaban estar juntos a toda hora y aprovechaban la menor distracción de los
habitantes de la casa para deslizarse hacia el sótano. Alba aprendió a mentir y
disimular. Pretextando la necesidad de estudiar de noche, dejó el cuarto que
compartía con su madre desde la muerte de su abuela y se instaló en una
habitación del primer piso que daba al jardín, para poder abrir la ventana a
Miguel y llevarlo en puntillas a través de la casa dormida, hasta la guarida
encantada. Pero no sólo se juntaban en las noches. La impaciencia del amor era
a veces tan intolerable, que Miguel se arriesgaba a entrar de día,
arrastrándose entre los matorrales, como un ladrón, hasta la puerta del sótano,
donde lo esperaba Alba con el corazón en un hilo. Se abrazaban con la desesperación
de una despedida y se escabullían a su refugio sofocados de complicidad.
Por primera vez en su vida, Alba
sintió la necesidad de ser hermosa y lamentó que ninguna de las espléndidas
mujeres de su familia le hubiera legado sus atributos, y la única que lo hizo,
la bella Rosa, sólo le dio el tono de algas marinas a su pelo, lo cual, si no
iba acompañado por todo lo demás, parecía más bien un error de peluquería.
Cuando Miguel adivinó su inquietud, la llevó de la mano hasta el gran espejo
veneciano que adornaba un rincón de su cámara secreta, sacudió el polvo del
cristal quebrado y luego encendió todas las velas que tenía y las puso a su
alrededor. Ella se miró en los mil pedazos rotos del espejo. Su piel, iluminada
por las velas, tenía el color irreal de las figuras de cera. Miguel comenzó a acariciarla
y ella vio transformarse su rostro en el caleidoscopio del espejo y aceptó al
fin que era la más bella de todo el universo, porque pudo verse con los ojos
que la miraba Miguel.
-Fragmento
del libro "La casa de los espíritus", de Isabel Allende.
12 comentarios:
Oh...que bonito...me ha encantado la última frase :)
Me han entrado unas ganas infrenables de leer el libro entero.
Mil gracias por descubrirnos estos pequeños tesoros literarios.
*-* Tengo la piel de gallina. ¡Qué texto más bonito! Ojalá yo tuviese un Miguel y pudiese verme desde sus ojos, aunque... eso sería un poco raro ¿No crees? De cualquier manera: HE VUELTO. Tengo que ponerme al día con tus escritos, pero sigue así, de verdad.
Un beso enorme.
Pd. He hecho cambios en:
http://elenvejecimientodelasflores.blogspot.com.es/
Pasate a leer si te apetece :)
1 beso!
Que maravilla de texto, y que maravilla de escritora. Espero que algun dia, todos seamos capaces de encontrar un amor asi de fuerte que nos muestre con sus ojos la belleza de nuestras almas.
Un beso:)
Me encantó ese fragmento. Tengo ese libro en casa pero no puedo leerlo por falta de tiempo :/ debe ser hermoso.
¡Suerte!
ah! la impaciencia del amor es, a veces, intolerable, cierto. enorme Allende.
La impaciencia del amor, centrípeta cuestión... Un abrazo.
¡Para que luego digan que los libros que nos obligan a leer son aburridos!
Personalmente, este me gustó desde el principio.
Hizo que me despejara de la época de exámenes de 2º de bachiller, que mi imaginación volara...
Me ha encantado el fragmento que has elegido.
¡Un besazo Ceci!
Un fragmento increible!
Espectacular. Ya quiero leer ese libro jajaja
Espectacular. Ya quiero leer ese libro jajaja
Lindo fragmento♥
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